jueves, 3 de diciembre de 2009

LA SANTA INDIFERENCIA


La santa indiferencia a la que hacen los grandes iniciados, no es en absoluto un estado de impasibilidad sino, en su sentido real, una actitud de no hacer diferencias (in-diferencia: sin diferencia). Y había un hombre renunciante que antes había sido un destacado comerciante en la ciudad, pero que un día tomó conciencia de que había alcanzado una edad avanzada y decidió seguir la senda de la renuncia.



 Dejó sus negocios y se retiró a una ermita en el bosque. Comenzó a cambiar su carácter. Antes era agitado e irritable y empezó a convertirse en una persona muy tranquila y amorosa. Otro comerciante muy destacado de la ciudad, que padecía insomnio y numerosos trastornos psicosomáticos, se enteró de lo bien que se encontraba su antiguo colega y decidió ir a visitarlo.



 Viajó hasta el bosque y se encontró con el renunciante. Comprobó que exhalaba paz y amor y que parecía muy feliz. Pero se dijo: "Si para encontrarme bien tengo que venir al bosque, no pienso hacerlo". Como si leyera sus pensamientos, el renunciante le dijo:

-No es necesario que te retires al bosque, pero sí que aprendas a retirarte a tu espacio de quietud.
-¿Y durante este retiro a mi espacio de quietud, quién vigilará a mis empleados y quién atendería los negocios?

-El mundo no se detiene porque tú te detengas y te fundas en tu ser interno.
-Pero no puedo ni apartarme un minuto del negocio-replicó el comerciante.
-Pues no entiendo a qué has venido ni porqué querías verme. Si no te permites entrar en ti mismo y fundirte con tu ser, no podrás comprender muchas cosas esenciales para vivir en paz.



-¿Como cuáles?
-Por ejemplo, que nada hay a qué aferrarse; que nada hay a qué renunciar.
-Pero yo tengo los negocios más importantes de la ciudad.
-Tampoco podrás entender que al aferrarse se despierta el temor a perder aquello a lo que nos aferramos y que al separarnos de lo que nos apega, surge el ansia y la zozobra.
-No puedo robarle tiempo a la atención que debo prestar a mis negocios-insistió el comerciante-. Pero la verdad es que te encuentro muy bien, muy contento y sereno. Tu sola presencia me inspira calma. Pero debo partir.
-Si no eres ni siquiera capaz de permanecer en tu ser, en la fuente de los pensamientos, unos minutos diarios, cada día tu vida será un infierno peor. Tampoco comprenderás que al tomar y al dar nadie hay que tome ni dé, que al hacer no hay hacedor, que ganancia y pérdida no incumben al ser interno.
-No quiero seguir oyéndote. He construido un imperio y tengo que atenderlo cueste lo que cueste. No debí venir a verte y menos escucharte.



Dio la espalda al renunciante y partió. Unas semanas después estaba en una de sus tiendas cuando tuvo un ataque cardíaco. Se desplomó contra el suelo. No había perdido la consciencia todavía. Seguía dando órdenes e indicaciones a sus empleados. El encargado le dijo:

-Pemanezca tranquilo, no se altere, en seguida vendrá el médico.
-¿Habéis atendido el encargo del señor Rao? ¿Habéis cobrado la factura que debía Vinay?...

Exhaló y murió. El renunciante, por su parte, todavía vivió un buen número de años y halló una muerte apacible cuando un día estaba embelesado con el trino maravilloso de los pájaros.


CONCLUSIÓN: El que no sabe ver lo Uno en la multiplicidad, se afana en exceso por las sombras sin comprender que éstas son posibles porque hay luz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario