Kali significa negra y así se representa a esta divinidad. La elección del color de su piel no es arbitraria. Kali es el final y el principio de los tiempos y por lo tanto es la representación de ausencia de espacio y tiempo; la oscuridad, de la aniquilación porque es como la noche más oscura que se lo traga todo.
Suele aparecer con cuatro brazos y tres ojos, uno que le permite ver la conciencia de los humanos y percepciones que se escapan a lo que pueden observar sus seguidores. También suele verse con unos colmillos feroces y con una lengua de fuego, escupiendo llamas que causarán la destrucción. Pero, a la vez, también representa la purificación.
Su batalla más famosa la enfrentó al demonio Raktabija. Cada gota de sangre de éste se transformaba en otro demonio. En cuanto los dioses le atacaran, se veían envueltos con millones de clones. Deseperados, recurrieron a Shiva, pero Shiva estaba sumido en la meditación. Entonces acudieron a Parvati (consorte de Shiva) que se dispuso a luchar. Con el fin de protegerse, adoptó la aterradora forma de Kali.
Tan pronto como Kali montada en su león, Raktabija sintió miedo por primera vez en su vida. Kali ordenó a los dioses que le atacaran mientras extendía su lengua sobre el campo de batalla, impidiendo que la sangre cayera al suelo. Raktabija fue asesinado. Ebria de sangre, Kali cruzó todo el cosmos matando a todo aquél que osara cruzarse en su camino. Se engalnaba con las cabezas, miembros y entrañas de sus víctimas. Shiva se lanzó a sus pies para detenerla. Kali se calmó, le abrazó, y se despojó de su aspecto feroz.
Al igual que Durga, también mata a los demonios, tanto interiores como exteriores. En muchas ocasiones, se la representa desnuda, cubierta únicamente con una falda de miembros humanos. También es habitual verla con un collar de calaveras humanas.
Kali se alimenta con la sangre de sus víctimas, sin embargo, la mayoría de sus devotos lo son porque ven en ella muchas virtudes. Están seguros que honrándola, conseguirán que ella les ayude a vencer a sus demonios interiores, esos que les impiden crecer espiritualmente no les dejan alcanzar la felicidad.
Por tanto su culto no es diabólico, como apuntaron los primeros misioneros, sino que aboga por la regeneración interna del ser.
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