Desde tiempos inmemoriales los maestros hindúes han insistido en la necesidad de mantenerse conectado con el ángulo de quietud tanto en lo agradable como en lo desagradable. Han exhortado siempre a la ecuanimidad, que es esa energía de claridad que nos permite ser nosotros mismos a pesar de la contingencia y las vicisitudes, ya que en el mundo exterior todo es fluctuante.
El discípulo llevaba meses recibiendo aplicadamente la enseñanza espiritual del mentor.
Un día, de repente, el maestro miró a los ojos al discípulo y le dijo;
-Sé como un muerto.
El discípulo se quedó perplejo. No entendía nada.
-No te comprendo, maestro-vaciló-¿A qué te refieres?
El maestro sonrió. Era la sonrisa del que ha alcanzado la calma profunda.
-Mi muy querido-dijo-, acércate al cementerio más cercano y, con todas las fuerzas de tus jóvenes y vigorosos pulmones, empieza a gritar toda suerte de halagos a los muertos.
Aunque sorprendido, el discípulo siguió las indicaciones del mentor y acudió al cementerio. Comenzó durante varios minutos a gritar halagos a los muertos. Luego regresó ante el maestro, quien le preguntó:
-¿Qué han respondido los muertos?
-Nada maestro, no han respondido nada.
-Muy bien. Pues vuelve ahora al cementerio y comienza a proferir insultos contra los muertos.
Así lo hizo el discípulo. Una vez en el cementerio empezó a gritar insultos contra los muertos y luego regresó junto al maestro.
-¿Qué han respondido los muertos?
-Nada-respondió el discípulo-. Nada en absoluto.
Y el maestro dijo:
-Así tienes que ser tú siempre, como un muerto, o sea, indiferente a los halagos y a los insultos.
El maestro declara: los que hoy te elogian, mañana te pueden insultar; los que hoy te insultan, mañana te pueden halagar. Permanece indiferente a halagos e insultos.
Texto de Ramiro A. Calle
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