El venerable y anciano maestro y su puñado de fieles discípulos salieron a dar un paseo por el bosque en el que llevaban meses en meditación, haciendo un retiro espiritual. Tuvieron así ocasión de ver diferentes ascetas, entregados a distintas penitencias muy severas. Uno de los ascetas estaba colgado, boca abajo, en la rama de un árbol; otro llevaba años de pie, sin acostarse jamás; otro se acostaba sobre espinos; otro sólo se alimentaba de hierbajos.
-Estos ascetas, ¿obtienen méritos?- preguntó uno de los discípulos-. Porque tú nos has enseñado que el cuerpo es el templo del Divino y no debemos maltratarlo, sino cuidarlo.
- Nadie puede saber qué hay en la mente y actitud de otra persona. Depende de si estas prácticas les ayudan a someter su ego.
Siguieron paseando. Otro discípulo preguntó:
-Tú nos hablas de la renuncia al ego, ¿quieres decir que tenemos que matar el ego?
- Los peligros del ego son enormes- repuso apaciblemente el maestro-. El ego divide, enfrenta. Es la enajenada identificación con el cuerpo y con la mente, desencadenando soberbia, afán de posesividad, avidez desmedida y odio. Nada hermoso surge de un ego infatuado. Pero no se trata de matarlo, sino de someterlo y ponerlo al servicio de la acción noble.
-Pero yo no puedo entender- replicó uno de los discípulos- cómo puede haber ego y no haber ego.
- Esta noche volveremos sobre el tema- dijo sonriente el maestro.
Al anochecer, el maestro dijo a los discípulos:
- Con demasiado ego nadie puede ser feliz ni tener capacidad para hacer felices a los demás. El ego se viste con las máscaras del egoísmo, la vanidad, la soberbia, la avaricia, la ira, el odio... Es necesario vigilar el ego y debilitarlo.
- ¿Puedes ponernos un ejemplo?- preguntaron algunos discípulos.
-Traed una soga- dijo el maestro.
Los discípulos se quedaron perplejos. ¿A qué venía meter una soga en el asunto? Pero obedecieron y trajeron una soga.
-Prendedla.
Más atónitos todavía, así lo hicieron los discípulos. La soga ardió.
-¿Veis la soga quemada?- Preguntó.
-Sí- repusieron los discípulos.
-Observaréis que no ha sido eliminada, como no puede serlo el ego por completo mientras tengamos un complejo mente-cuerpo. Pero traedme ahora la soga.
Cuando los discípulos trataron de tomar la soga quemada, esta se disolvió. Y el maestro dijo:
-Así hay que someter y reducir el ego. Hay que dejarlo en una traza, en un esqueleto. Mientras se viva en este cuerpo-mente, seguirá latiendo, pero muy tenuemente.
Los discípulos comprendieron y se sintieron agradecidos al mentor.
El maestro declara:
El Ego es un fantasma hambriento;
Si lo alimentas es como un estómago sin fondo. Hazle ayunar.
Cuento extraído del libro "Cuentos espirituales de la India" Ramiro A. Calle
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