Después de aprender y trabajar con paciencia y gradualmente en cada una de las zonas de resistencia específicas que aparecen dentro del patrón general de cada Asana se empezarán a liberar cada una de las áreas concretas implicadas y todo eso hay que integrarlo.
Cuando esto ha ocurrido, podremos entrar en el segundo nivel de Asana, donde se trata su aspecto nutritivo y de integración. En este nivel, se absorve, ,en nuestra estructura física, energética y mental, el efecto de cada Asana. Al mantener el Asana en este nivel, ocurren profundas transformaciones, corporales, energéticas y mentales. Se trata de un proceso de apertura, revelación, armonización y liberación que nos permite ser más nosotros mismos. Al no estar ya sujeta por las restricciones que la limitaban, la energía vital puede fluir a través de nosotros libremente, limpiar todas las impurezas que se han ido depositando en nuestros sistemas y hacer posible que florezca todo nuestro potencial.
Así pues hay dos niveles de Asana. El primero es activo, correctivo, gradual y varía en su aplicación específica de individuo a individuo. Implica la eliminación de los viejos patrones de restricción. El segundo es pasivo, nutritivo, integrándote y su aplicación es Universal. Implica la liberación de nuestro componente Universal, que nos integra con el resto del Cosmos. Lleva tiempo establecer cada uno de estos niveles.
El primer nivel es crucial para el dominio de la relajación. Si somos fuertes, flexibles y estamos resueltos a conseguirlo, podemos, por lo menos a corto plazo, imponer la forma de la Asana a nuestros músculos. Podemos forzarnos a nosotros mismos para conseguir adoptar la postura, mediante el calor, la fuerza la decisión, la ansiedad, la deseperación o una combinación de todos estos elementos. Pero esto no es Asana.
Las resistencias físicas subyacentes y sus lesiones emocionales más profundas, no son liberadas. Sencillamente, durante un breve lapso de tiempo se dejan de lado. Si lo repetimos día tras día, podemos convencernos a nosotros mismos, a través de un progreso físico rápido en nuestras esterillas de práctica, de que algo hemos logrado.
Pero la prueba verdadera tiene lugar cuando salimos de la esterilla. ¿Nuestra vida está más libre de las desavenencias y conflictos que podemos causar con nuestras acciones? ¿Estamos viviendo con una comprensión más profunda, más clara, de nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, nuestras acciones y nuestra repercusión en los demás? ¿O simplemente nos estamos haciendo cada vez más fuertes, cada vez más flexibles sólo físicamente, cada vez más orgullosos de nosotros mismos en nuestros egos tan cortos de miras?
Muy a menudo se intenta practicar de forma muy energética, basándose en la idea de que el Hatha Yoga es el Yoga de la fuerza, y así es, pero no de este modo. No se trata de fuerza como agresión sino como energía.
Otra forma de practicar es escogiendo la línea de menor resistencia, evitando las tensiones que la tensión impone. Para alcanzar el nivel de integración, deben liberarse de sus restricciones todas las partes implicadas. Entonces pueden integrarse libremente, y el Asana puede dar su fruto más profundo (la liberación de la fluctuación de los opuestos).
Este proceso de dos niveles se aplica igualmente a los patrones de tensión que restringen nuestra respiración, y a los que definen nuestra mente. Nuestra respiración y nuestra mente no están menos encerradas en patrones restrictivos de tensión habitual que nuestro cuerpo.
El ritmo respiratorio, natural, libre, potente, es inhibido por tensiones que restringen la capacidad de los músculos respiratorios. Estos músculos se localizan principalmente en el tronco y la garganta. Por tanto, sus tensiones incorporan traumas asociados con la seguridad, la confianza y la comunicación: algo que, en sí mismo, hace especialmente difícil relajar estos músculos y liberar nuestra respiración.
Los recuerdos que subyacen a la tensión física son tan amargos y amenazadores que tenemos miedo de liberarlos. Sin embargo, la paradoja reside en que no es soltar estos restos traumáticos lo que hace daño, sino resistirlos a soltarlos. Apegarnos a ellos crea molestias en forma de tensión y ansiedad. Los afrontamos deslizándolos por debajo del umbral de nuestra conciencia.
Pranayama en el Asana es lo que invierte este proceso sacándolo a la luz. A medida que nos hacemos conscientes del dolor de la tensión física, aún podemos continuar resistiendo con el patrón general: esto es lo que duele.
Cuando dejamos de resistirnos y nos abandonamos a la tensión, ésta simplemente se disuelve, el patrón emocional subyace, se libera y nos sentimos inmediatamente libres. Entonces, y sólo entonces, cuando todos los residuos emocionales ocultos han sido disueltos, nuestros pulmones pueden inspirar y exhalar libres. La armonía en la respiración afecta igualmente a la mente. Según va apareciendo esta serena claridad, emergen los patrones subyacentes de nuestra mente.
Pranayama produce un estado de meditación: la armonización y clarificación de nuestros procesos mentales. Aquí nuevamente, el proceso tiene lugar en dos etapas. Y de nuevo es inmensa la resistencia de la primera de ellas. Esta vez no a causa del miedo al dolor, sino más bien por temor a la incertidumbre. Dentro de la clara quietud de nuestra mente aparecen los habituales patrones de nuestro pensamientos.
Debido a que la mente se encuentra ya en un estado de tranquilidad y lucidez, sus contenidos se revelan de un modo que no era habitual. En vez de que ciertos pensamientos, ya sean recuerdos, reacciones de la percepción o simplemente hábitos, conduzcan automáticamente a cadenas involuntarias de pensamientos, sentimientos o acciones asociativas, somos capaces de sentir cómo entran en nuestra mente. Podemos verlos sencillamente como pensamientos fugaces, más que como signos de nuestro Yo que nos sentimos obligados a consentir o expresar.
Cuando descubrimos que ciertos patrones de pensamientos, ciertos temas, historias, dramas, son repetitivos, sabemos que hemos encontrado un patrón restricitivo de tensión mental. Para liberarnos de este patrón debemos someterlo a la luz de nuestra conciencia. Igual que hacemos con nuestras tensiones físicas. No resistirnos a nuestros pensamientos ni restringirlos, no imponer otros pensamientos predilectos. Simplemente referirnos a lo que hay, aclarándolo y aceptando el cambio que tiene lugar cuando se ilumina un proceso habitual e inconsciente. Un proceso que dura toda la vida.
Un proceso que se concentra en las capas más profundas de tensión que llevamos incorporadas. A medida que soltamos estas sutiles tensiones corporales y mentales, empezamos a ser capaces de afrontar la vida sin miedo, sin necesidad ya de aferrarnos a la certidumbre de lo conocido. Y es entonces cuando puede desarrollarse la segunda etapa de meditación, la de integración, que depende de la primera étapa de profunda relajación psicológica.
Por desgracia, es sumamente fácil pasar por alto la primera de estas dos étapas, fingiendo que la relajación y la integración llegarán a ocurrir sin esfuerzo. Es igualmente fácil descuidar la segunda, cambiando de una a otra postura sin mantenerlas el tiempo debido. Cualquiera de estas dos omisones disminuye considerablemente la potencia de Hatha Yoga. Hay que dedicarle a ambas etapas quietud y asimilación en cada proceso.